Madre de Guadalupe

Madre de Guadalupe

sábado, 30 de noviembre de 2013

ESTAR EN VELA PARA VIVIR LO QUE SOMOS

Mt 24, 37-44
Una llamada a la "vigilancia": "Estad en vela..., estad preparados".
Es una invitación a permanecer despiertos, porque el "Hijo del Hombre" está viniendo, y solo la atención nos permite percibirlo.
Parece que Jesús utilizó la expresión "hijo del hombre" para referirse a sí mismo. Y que su primer significado  era sencillamente "este hombre".
Pero también esa misma expresión podría aludir al "hombre realizado", al ser humano logrado o pleno. Y es de él de quien se afirma que "está viniendo".
Así entendida, la expresión "hijo del hombre" sería, sencillamente, otro nombre más de nuestra verdadera identidad: cada uno y cada una de nosotros somos ya seres realizados, si bien todavía no nos hemos hecho conscientes de ello, por lo que permanecemos encerrados en la ignorancia acerca de nuestra verdadera condición.
En este sentido, "hijo del hombre" sería exactamente lo opuesto a "ego". Y es precisamente nuestra identificación habitual con el ego lo que nos impide "ver" o reconocer al "hijo del hombre" que "está viniendo", es decir, que está queriendo mostrarse.
De hecho, solemos tener una imagen de nosotros mismos como seres carenciados, que se sienten impulsados a buscar "fuera" de sí aquello que, supuestamente, colmaría la carencia.
Esa es la razón por la que el ego vive permanentemente proyectado hacia el futuro, en una carrera tan interminable como estéril, con una carga de ansiedad cada vez más insoportable.
Debido a esa misma dinámica, vivimos frecuentemente dispersos –"la gente comía, bebía y se casaba"-, entretenidos o distraídos. Necesitamos, según la palabra de Jesús, "estar en vela".
Estamos entretenidos porque no sabemos "intratenernos": nos resulta difícil permanecer a gusto con nosotros mismos porque probablemente no hemos aprendido a amarnos de un modo humilde e incondicional. No es raro que, al sentir malestar o miedo a nuestro mundo interior, optemos por la "distracción" o el "entretenimiento".
Por otro lado, vivimos dispersos y ansiosos porque hemos crecido con la idea –alimentada por nuestra mente- de que nos falta "algo", que supuestamente se halla "fuera" de nosotros, con lo cual lograríamos, finalmente, disfrutar de la felicidad ansiada.
Pues bien, frente a ambas tendencias, la palabra nos invita a "estar en vela", es decir, a vivir en la atención o en la consciencia de quienes somos y de lo que hacemos.
Atención amorosa para poder reconciliarnos con toda nuestra verdad, vivirnos como amigos de nosotros mismos y experimentar el gusto profundo de habitarnos conscientemente.
Esta consciencia equivale a "estar en vela": estamos "despiertos" acerca de nuestra verdadera identidad. Y, desde ella, todo adquiere otro sabor. Es ahí precisamente donde "conectamos" hondamente con la Presencia de Jesús de Nazaret, con la Presencia de cada hombre y de cada mujer, ya que la identidad del "hijo del hombre" es una identidad compartida. 

sábado, 23 de noviembre de 2013

EL REINO DE DIOS ES UN REINADO SIN REY

Lc 23, 35-43
El último domingo del año litúrgico se dedica a Jesús. Toda la liturgia tiene como principio y como fin al mismo Jesús. Comienza en Adviento con la preparación a su nacimiento, y termina con la fiesta que estamos celebrando como culminación más allá de su vida terrena. Como todo ser humano nació como un proyecto que se fue realizando durante toda su vida y que culminó con la plenitud de ser que expresamos con el título de Rey.
Jesús será Rey del Universo, cuando la paz y el amor reinen en todos los rincones de la tierra. Cuando todos seamos testigos de la verdad.
El centro de la predicación y actuación de Jesús fue "el Reino de Dios". Nunca se predicó a sí mismo ni revindicó nada para él. Todo lo que hizo y todo lo que dijo, hacía siempre referencia a Dios.
El Reino de Dios es una realidad que no hace referencia a un rey. Ni Dios ni Jesús pueden hacer nada por implantar su Reino al margen de nuestra actuación. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo presente aquí y ahora, como Jesús lo hizo presente mientras vivió entre nosotros. Jesús de Nazaret se identificó de tal manera con ese Reino, que pudo decir: "quien me ve a mí, ve a mi Padre". Esto no lo decía como segunda persona de la Trinidad, sino como ser humano que había llegado a la experiencia fundamental y había descubierto que su auténtico ser y Dios eran uno.
Los cristianos descubrieron esta identificación, y pronto pasaron de aceptar la predicación de Jesús a predicarle a él. Surge entonces la magia de un nombre, Jesucristo. Jesús el Cristo, el Ungido. El soporte humano de esta nueva figura queda determinado por la cualidad de Ungido, Mesías. El adjetivo (ungido) queda sustantivado (Cristo).Lo determinante y esencial es que es "Ungido".
Lo que Jesús manifiesta de Dios, es más importante que el sustrato humano en el que se manifiesta lo divino. Pero debemos tener siempre muy claro que los dos aspectos son inseparables. No puede haber un Jesús que no sea Ungido, pero tampoco puede haber un "Ungido" sin un ser humano, Jesús. Cristo no es exactamente Jesús de Nazaret, sino la impronta de Dios en ese Jesús.
El Reino que es Dios, es el Reino que se manifiesta en Jesús. Para poder aplicar a Jesús ese título, debemos despojarlo de toda connotación de poder, fuerza o dominación. Jesús condenó toda clase de poder. Pero no solo condenó al que somete; condenó a aquel que se deja someter. Este aspecto lo olvidamos y nos conformamos con acusar a los que dominan. No hay opresor sin oprimido.
El reinado de Cristo es un reino sin rey, donde todos sirven y todos son servidos. Cuando decimos: reina la paz, no queremos decir que la paz tenga un reino sino que la paz se hace presente en ese ámbito.
Jesús quiere seres humanos completos, que sean reyes, es decir, libres. Jesús quiere seres humanos ungidos por el Espíritu de Dios, que sean capaces de manifestar lo divino a través de su humanidad. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser humano y se aleja de lo divino. El que se deja esclavizar es siempre opresor en potencia, no se sometería si no estuviera dispuesto a someter.
Entre todas las opresiones posibles la religiosa es más inhumana porque es capaz de llegar a lo más profundo del ser y oprimirle radicalmente. 
En el padrenuestro, decimos: "Venga tu Reino", expresando el deseo de que cada uno de nosotros hagamos presente a Dios como lo hizo Jesús. Y todos sabemos perfectamente cómo actuó Jesús: desde el amor, la comprensión, la tolerancia, el servicio. Todo lo demás es palabrería. Ni programaciones ni doctrina, ni ritos, sirven para nada si no entramos en la dinámica del Reino.
Jesús quiere que todos seamos reyes, es decir que no nos dejemos esclavizar por nada ni por nadie. Cuando responde a Pilatos, no dice "soy el rey", sino soy rey. Con ello está demostrando que no es el único, que cualquiera puede descubrir su verdadero ser y actuar según esa exigencia.

sábado, 16 de noviembre de 2013

TIEMPOS DE CRISIS


Lc 21, 5-19
José Antonio Pagola
En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis "tendréis ocasión de dar testimonio". Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos  años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?
La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos "recortes" en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?
No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Evangelio de este Domingo : ZAQUEO SE SIENTE MIRADO POR JESUS

Lc 19, 1-10

Aunque "rico" –jefe de recaudadores, con fama, parece que merecida, de corruptos-, Zaqueo era social y religiosamente marginado, hasta el punto de ser considerado como un "pecador público" al que se debía evitar.
Una vez más, Jesús rompe tabúes y etiquetas acerca de lo "socialmente correcto". Podía haberse esperado que condenara a alguien que, no solo vivía al servicio del imperio que oprimía a su pueblo, sino que robaba a ese mismo pueblo empobrecido.

Donde la gente veía solo un "personaje" (pecador público), Jesús ve a un ser humano, en quien él también se reconoce: "lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí" (Mt 25,40).
Afronta las críticas y murmuraciones, provenientes con seguridad de las personas más "religiosas" y "cumplidoras", aquellas que suelen tener bien catalogados a todos los demás, en el esquema típico de la personalidad fanática: "los nuestros" y "los demás".
Al ver a Jesús ponerse del lado de alguien que no pertenece a "los nuestros" –porque es un "pecador"-, se desatan las murmuraciones, por una razón muy simple: se ha cuestionado el esquema que, supuestamente, les garantizaba una superioridad moral y, con ello, seguridad. 
Sin embargo, sucede algo notable: aquel hombre que no había modificado su conducta a pesar de todas las críticas y desprecios que había recibido, empieza a ver las cosas de otro modo. Empieza a mirar como él mismo se sintió mirado por Jesús. Y ese modo de ver es el que da lugar a un nuevo modo de hacer.
En ese cambio, viene a decir Jesús, consiste la "salvación". Y se presenta de una forma profundamente humana y compasiva, como "el que quiere buscar y salvar lo que está perdido".
En lo que parece un claro contraste con la actitud de Jesús, la Iglesia ha aparecido (aparece) con frecuencia, en las personas de autoridad, con gestos de recelo, juicio y descalificación. Pareciera como si se hubiera constituido en guardiana de aquel modo de ver que tiene muy claro por dónde pasa la línea divisoria entre "los nuestros" y "los que no lo son", los "buenos" y "los que tienen que convertirse" a lo que nosotros decimos.
De este modo, la Buena Noticia ha sido sustituida por la moralina de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta.
El camino propuesto por Jesús es diametralmente opuesto: arranca de una mirada profundamente humana, que sabe ver el corazón limpio de la persona –más allá de lo que hace o deja de hacer- y –aun a riesgo de crearse enemigos- se solidariza con ella, haciéndose invitar a su casa.
En contra de la actitud moralizante de quien, desde una supuesta superioridad, exige cambios o emite condenas, Jesús se "identifica" con el jefe de publicanos, poniéndose de su parte.
En realidad, quien condena no sabe que se está condenando a sí mismo –a alguna parte de sí, oculta en su propia sombra-; quien se identifica con el otro, más allá de lo que este haga o deje de hacer, vive en la consciencia de que todos somos uno, en la identidad mayor que nos constituye. Ese nivel de consciencia es el que permite transformar la condena en compasión y, en último término, en humanidad.

domingo, 27 de octubre de 2013

¿QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?

José Antonio Pagola
Lc 18, 9-14
La parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: "Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo".
Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de "algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.
La oración del fariseo nos revela su actitud interior: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás". ¿Qué clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.
El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: "¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador". Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.
La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.
Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?
Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa Francisco hizo esta afirmación:"¿Quién soy yo para juzgar a un gay?". Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios.

domingo, 6 de octubre de 2013

¿SOMOS CREYENTES?


Lc 17, 5-10
Jesús les había repetido en diversas ocasiones: "¡Qué pequeña es vuestra fe!". Los discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: "Auméntanos la fe". Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos "cristianos" nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: "Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad". Es bueno repetirlas con corazón sencillo.
Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

domingo, 8 de septiembre de 2013


Lc 14, 25-33
Jesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que le "acompañaba mucha gente". Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número.
De pronto "se vuelve" y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.
Jesús les habla, en primer lugar de la familia. Aquellas gentes tienen su propia familia: padres y madres, mujer e hijos, hermanos y hermanas. Son sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no podrán ser sus discípulos.
Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por encima de todo el honor de su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.
Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.
Jesús sigue hablando con crudeza: "Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo". Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.
No se puede ser cristiano de cualquier manera. No hemos de confundir la vida cristiana con formas de vivir que desfiguran y vacían de contenido el seguimiento humilde, pero responsable a Jesús.
Sorprende la libertad del Papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los discípulos de Jesús: "cristianos de buenos modales, pero malas costumbres", "creyentes de museo", "hipócritas de la casuística", "cristianos incapaces de vivir contra corriente", cristianos "corruptos" que solo piensan en sí mismos, "cristianos educados" que no anuncian el evangelio...

José Antonio Pagola

domingo, 25 de agosto de 2013

CONFIANZA, SÍ. FRIVOLIDAD, NO


Lc 13, 22-30
La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la "salvación eterna" que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un "final feliz"; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: "¿Serán pocos los que se salven?" Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
"Esforzaos en entrar por la puerta estrecha". Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, "los que practican la injusticia".
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, "hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos". Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.

José Antonio Pagola

domingo, 28 de julio de 2013

DIOS ES PADRE-MADRE DE TODOS Y DE CADA UNO


Escrito por  
Lc 11, 1-13
El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás.  La base de ese mensaje fue una experiencia única de Dios como "Abba", y la experiencia de ser Hijo.
 Teresa que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía "Padre" caía en éxtasis... ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. 
Padre. Llamar a Dios Padre, fue la gran revelación de Jesús. El "Abba" es la piedra maestra de todo su mensaje. En los evangelios se pone una sola vez en labios de Jesús, pero lo hace con tal rotundidad, que se ha convertido en resumen de todas las enseñanzas de Jesús.
Es una fuente inagotable de vivencias. El descubrir a Dios como Papá supone la situación de un niño pequeño, que ni siquiera sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que nos debe dar en cada momento. La oración debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo mismo lo que necesito y está siempre dándomelo.
Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural, da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.
Hay que eliminar de Dios la idea del padre dominador y represor, que a veces le hemos atribuido y que nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. No podemos proyectar sobre Dios la idea negativa de padre que aplicamos al padre biológico. Por eso decimos hoy que Dios es también Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de superar la literalidad de las palabras y de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir y pensar de Él.
Que estás en el cielo.  Padre celeste que estás en toda criatura. La verdad es que no puede estar en otro sitio ni de otra manera. Otra traducción podía ser: Que no puedes dejar de ser lo que eres. Pensar que Dios nos espera en el cielo, ha arruinado la posibilidad de vivir a tope en la tierra.
Santificado sea tu nombre. Ya sabéis que aquí "nombre" significa persona, ser. Nada ni nadie puede añadir nada a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa presencia en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es, a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza.
Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte ni está aquí ni está allí, está dentro de nosotros. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga realidad.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Dios no tiene voluntad. Es un ser simplísimo que no puede tener facultades o potencias. La voluntad de Dios es su propio ser que se plasma y se manifiesta en cada criatura, es decir, en todas las personas y cosas. La voluntad de Dios no es un añadido que se hace realidad en el tiempo. Nosotros si podemos manifestar esa naturaleza de Dios en el tiempo acomodándonos a las exigencias de nuestro propio ser.
Danos cada día nuestro pan de mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara solo del que se lo pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: "Yo soy el pan de Vida". Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.
Perdónanos, que también nosotros perdonamos. Sería ridículo que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender a perdonar, pero Dios no perdona. En Dios los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Dios es perdón. El descubrir que Dios me sigue amando sin merecerlo es la clave de toda relación con Él y con los demás. Si perdonamos es señal de que hemos descubierto y aceptado el perdón (amor) de Dios.
No nos dejes ceder a la tentación También esta formulación es complicada. Tanto el griego como el latín apuntan a que no nos induzca a pecar el mismo Dios, lo cual no tiene ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo. La única manera de no caer es precisamente la oración, es decir, la toma de conciencia, (conocimiento) de lo que verdaderamente soy y lo que es Dios.
Líbranos del mal. La frase tiene su sentido, pero su significado está más allá de la letra. Si Dios pudiera librarnos del mal y no lo hiciera, no sería Dios. La única manera de librarnos del mal es el conocimiento. Todo el mensaje de Jesús está encaminado a librarnos del mal, es decir, del engaño, del error, de la mentira. No hay manera de librarnos del mal sin el conocimiento del bien. Si yo supiera lo que es bueno o malo para mí, nunca elegiría el mal.

domingo, 7 de julio de 2013

SOLO VIVIENDO EL REINO DE DIOS, PODREMOS COMUNICARLO


Lc 10,1-12; 17-20 
Escrito por  
Las recomendaciones de Jesús son la clave de todo anuncio del mensaje cristiano. Están puestas en boca de Jesús, pero son las condiciones mínimas que debería tener todo cristiano para llevar la Buena Noticia a los demás. En ningún caso se habla de doctrina que tengan que enseñar o de normas morales que deban exigir. Se trata de comunicar lo que Dios es para todos sin condiciones ni excepciones. Esa tarea la cumplió la primera comunidad en todas partes donde se fue implantando. Es la principal tarea que tiene que seguir llevando a cabo todo cristiano en cualquier tiempo y lugar.
1.- Itinerancia. "Poneos en camino". Es la clase de vida que eligió Jesús cuando se decidió a proclamar su buena noticia. El domingo pasado nos decía que no tenía dónde reclinar la cabeza. Este desapego de toda clase de seguridades es la actitud básica y fundamental que debe adoptar todo enviado. El anuncio no se puede hacer sentados. Seguir a Jesús exige una dinámica continuada. Nada se puede comunicar desde una cómoda instalación personal. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas.
2.- Dificultad. "Os mando como ovejas en medio de lobos". Cuando se escribieron los evangelios, las primeras comunidades cristianas estaban viviendo la oposición, tanto del mundo judío como del pagano.
Denunciar la opresión o poder despótico, no puede agradar a los que viven desde esa perspectiva, y sacan provecho de ella a costa de los demás.
Por desgracia, cuando el cristianismo adquirió poder, se comportó como lobo en medio de corderos; eso sí, con piel de oveja. Desde el poder es imposible adivinar lo que sería bueno para el otro. El provecho personal o el de la institución, no es buena noticia para nadie.
3.- Pobreza. "Ni talega ni alforja ni sandalias". Es imprescindible la pobreza material, pero solo como signo de la superación de seguridades. Significa no confiar en los medios externos para llevar a cabo la misión. El peligro está en hacer de la predicación del evangelio un logro humano.
Se trata de confiar solo en Dios y el mensaje. No buscar seguridades de ningún tipo, ni en el dinero ni en el poder ni en el prestigio ni en los medios, incluidos los de comunicación. Hoy tenemos la obligación de utilizar al máximo los medios de comunicación que la técnica nos proporciona, pero no debemos poner nuestra confianza en ellos.
4.- Urgencia. "No os detengáis a saludar a nadie por el camino". No se trata de negar el saludo a los que se encuentren en el camino. "Saludar" tenía para ellos, un significado muy distinto al que tiene para nosotros. El saludo llevaba consigo un largo ceremonial que podía durar horas o días. Esta recomendación quiere destacar la urgencia de la tarea a realizar.
Seguramente está haciendo referencia a la inmediata llegada del fin de los tiempos, en que las primeras comunidades cristianas creyeron a pies juntillas.
5.- Paz. "Decid primero: ¡Paz! Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la "paz" para los judíos de aquel tiempo. No significaba solo ausencia de problemas y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana.
Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos. El cristiano, vaya donde vaya, tiene que llevar armonía, comprensión, amor, paz.
6.- Humildad. "Comed y bebed de lo que tengan". Esta es una de las actitudes más difíciles. Ponerse al nivel del otro. Aceptar sus costumbres, su cultura, su idiosincrasia... Se trata de buscar solo el estar disponible para todos, sin esperar nada a cambio, pero aceptando con humildad lo que den; siempre que sea lo indispensable, comida y alojamiento, etc.
¡Qué difícil es no imponer lo nuestro! Muchos intentos de evangelización han fracasado por no tener esto en cuenta. Más difícil todavía es aceptar la dependencia de los demás en las necesidades básicas, no poder elegir ni lo que comes ni con quien comes.
7.- Curad. "Curad a los enfermos". No se refiere solo a las enfermedades físicas. Todo aquello que impide al ser humano ser él mismo es enfermedad. De hecho los 70 solo hacen alusión a que los demonios se les sometían. Seguimos dando demasiada importancia a la salud corporal, sin enterarnos de que con una grave enfermedad, puede un ser humano alcanzar su plenitud.
Curar significa alejar de un ser humano todo aquello que le impide ser él. Hoy las enfermedades físicas están cubiertas por la medicina. Pero ¿qué pasa con las enfermedades síquicas y mentales, que arruinan la existencia de tantas personas?
8.- Buena noticia (evangelio). "El reino, que es Dios, está cerca". Nada de peroratas teológicas, nada de discursitos apologéticos, nada de propagandas ideológicas, nada de doctrinas ni rituales ni normas morales... Lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama.
Predicar el reino que es Dios, es hacer ver a cada ser humano que Dios es algo cercano, que está tan cerca, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni al templo ni a las religiones ni a las doctrinas ni a los ritos ni al cumplimiento de la norma. Dios es (está) en ti. Descúbrelo y lo tendrás todo...

domingo, 30 de junio de 2013

DONDE NOS JUGAMOS TODO

Enrique Martínez Lozano
                                                               Lc 9, 51-62
Lucas "construye" un largo viaje, desde Galilea hasta Jerusalén, que desarrollará a lo largo de diez extensos capítulos (desde 9,51 a 19,28), en el que Jesús se va a dedicar prioritariamente a enseñar a sus discípulos.
El autor presenta el viaje desde la certeza de que conduce, no solo a la capital de los judíos, Jerusalén –que el tercer evangelio sitúa como "centro" de la salvación; así aparecerá también en el otro libro de Lucas, Los Hechos de los Apóstoles-, sino al destino final de Jesús, al "cielo".
Y dentro de ese objetivo de "formar a los discípulos", en el inicio mismo del recorrido, se nos presentan cuatro breves "enseñanzas", en forma de aforismos que, de entrada, suenan al menos como desconcertantes, y que recuerdan, en cierto sentido, los dichos de Jesús en elEvangelio apócrifo de Tomás. Sin embargo, basta adoptar una perspectiva adecuada, para percibir toda su sabiduría, hondura y belleza.
• La primera es un alegato silencioso contra cualquier tipo de fanatismo, que no es sino expresión del miedo y de la arrogancia, características propias del ego. Un ego inseguro buscará eliminar la disidencia, porque la percibe como amenaza para sus (frágiles) ideas, y porque necesita sentirse "superior" o en posesión de la verdad (absoluta).
• La segunda revela la actitud de quien vive desapropiado del ego. El ego necesita "cosas" de las que apropiarse para sentirse existir: su sensación de identidad depende siempre de "algo", ya que él es pura ficción. Sin embargo, quien no se identifica con el yo, se percibe como Vacío, que es Plenitud. Vivenciar esa vacuidad integral significa no estar establecido en parte alguna, ni tener un lugar donde reclinar la cabeza. Es una simple lucidez –pura consciencia, atención desnuda- sin centro ni periferia, en la que todo sucede espontáneamente. Es una aceptación ilimitada de la circunstancia presente, una apertura total que permite que el sol salga sobre malos y buenos, y que la lluvia caiga sobre justos e injustos...
• La tercera y la cuarta son prácticamente idénticas; o mejor, dos modos de poner el acento en la misma realidad, por contraste con dos "obligaciones" fundamentales para un judío piadoso: enterrar a los muertos y atender a la familia.
¿Qué puede ser tan importante, que se anteponga a esos dos principios "sagrados" para un judío? Jesús le da un nombre: el Reino de Dios.
Dentro de los diversos significados encerrados en esa expresión –y que dependen también de la perspectiva que se adopte-, parece innegable que, con ella, se alude al Misterio último de lo Real, aquello único a lo que decididamente vale la pena subordinar todo lo demás.
¿Qué es eso único? Ciertamente, no es algo "separado" de quienes somos. Porque lo que constituye la mismidad de lo real nunca podría estar "alejado" de nada real. Es Aquello de lo que no podemos distanciarnos ni lo que se tarda en un suspiro.
En el lenguaje religioso, se le ha llamado "Dios". Pero un Dios del que alguien pudiera "alejarse" o "separarse", ya no sería Dios, sino una creación de la mente, que proyecta "fuera" todo lo que ella piensa.
En un lenguaje no religioso, más inclusivo, Eso inefable e innombrable, porque está más allá de los conceptos y de las palabras, es Lo que es, y que nosotros también somos. Lo que nos impide verlo no es otra cosa que el hecho de habernos reducido a nuestro ego.
La palabra de Jesús viene a decirnos: mientras no descubras quién eres, todo lo que hagas –aunque lo veas como un servicio a los muertos o a la familia- no hará sino entretenerte, distraerte o despistarte. Busca lo primero y... "todo lo demás se te dará por añadidura"(evangelio de Mateo 6,33).

domingo, 2 de junio de 2013

EN MEDIO DE LA CRISIS


Lc 9, 11-17
Escrito por  
La crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.
Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.
En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha de ayudna, sin perder la digar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la "ilusión de inocencia" que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudnidad ni la esperanza.ar a vivir la crisis con lucidez cristia

domingo, 19 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU ES EL MISMO DIOS



escrito por Fray Marcos
No es fácil superar una serie de errores sobre el Espíritu Santo que todos llevamos muy dentro.
No se trata de ningún personaje distinto del Padre y del Hijo, que, por su cuenta anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO desmaterializado y más allá de toda imagen antropomórfica.
No debemos pensar en él como un don que nos regala el Padre o el Hijo, sino de Dios como DON absoluto que fundamenta todo lo que nosotros podemos llegar a ser.
No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el primer fundamento de mi ser del que surge todo lo que soy.
También debemos tener mucho cuidado al interpretar la palabra "Espíritu" cuando la encontramos en la Biblia. Tanto el "ruah" hebreo como el "pneuma" griego, tienen una gama tan amplia de significados que es casi imposible precisar a qué se refieren en cada caso.
El significado predominante se refiere a una fuerza invisible pero muy eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades normales.
Pero recordemos que el significado primero de la palabra es "viento", o mejor, el espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida. Este primigenio significado nos abre una perspectiva muy interesante para nuestra reflexión.
En los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu:
· "Concebido por el Espíritu Santo."
· "Nacido del Espíritu."
· "Desciende sobre él el Espíritu."
· "Ungido con la fuerza del Espíritu."
"Como era hombre le mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida".
Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.
En esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu que les va a dar también energía para llevarla a cabo.
De esa fuerza, nace la nueva comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración.
La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de todo miedo.
No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas privilegiadas, a los que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos tendríamos que proponernos como meta.
Cercenamos nuestras posibilidades de ser hombres cuando reducimos nuestras expectativas a los logros puramente biológicos, sicológicos e incluso intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos al mínimo el campo de nuestras posibilidades.
La experiencia del Espíritu es siempre de la persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre "para el bien común".
Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado con demasiada frecuencia para justificar privilegios y poderes especiales. El más poseído del Espíritu es el que más dispuesto está a servir a los demás.
El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

domingo, 28 de abril de 2013

“Amistad dentro de la Iglesia”.


  5 Pascua (C) Juan 13,31-33a.34-35 



Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: “Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros”.
Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros”. Este es el testamento de Jesús.
​Jesús habla de un “mandamiento nuevo”. ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: “amaos como yo os he amado”. Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: “No os llamo siervos… a vosotros os he llamado amigos”. En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
​Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: “no he venido a ser servido sino a servir”. Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.
​Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como “Roca” para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí”. En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos. ​
José Antonio Pagola

domingo, 14 de abril de 2013



Jn 21, 1-19

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.

La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: "Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada". Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?

Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?

En este contexto de fracaso, el relato dice que "estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla". Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero "no sabían que era Jesús".

¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.

Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:"¡Es el Señor!". No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús:"Señor, tú sabes que te quiero". Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.

En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.



José Antonio Pagola