Jn 4, 5-42
Jesús se encuentra de paso por Samaría. Jesús toma la
iniciativa y pide de beber a la Samaritana.
Esa agua no es "algo"
–algún objeto que pudiera saciarnos- ni se está lejos de nosotros. Está en nuestro núcleo más profundo. Lo que
suele ocurrir es que –como la samaritana- estamos lejos de ella. Al vivir
"fuera" de nosotros, desconectados de la fuente.
El agua-Espíritu
que da Jesús, se convierte en manantial que continuamente da Vida.
El Hombre recibe Vida en su raíz, en lo
profundo de su ser. Como el agua hay que extraerla del pozo, el agua del
Espíritu hay que sacarla de lo hondo de uno mismo.
Muchas personas se han ido alejando de Dios,
sin darse cuenta lo que estaba pasando en su interior. Hoy Dios les resulta un
"ser extraño". Todo lo que está relacionado con él, les parece vacío
y sin sentido: un mundo infantil, cada vez más lejano.
Muchas personas están hoy
abandonando a Dios antes de haberlo conocido. Si conocieran la experiencia de
Dios que Jesús contagia, lo buscarían.
Si yo escucho, Dios no se calla. Si yo me abro, él no se
encierra. Si yo me confío, él me recibe. Si yo me entrego, él me sostiene. Si
yo me hundo, él me levanta.
La experiencia más importante es
encontrarnos a gusto con Dios.