El evangelio
recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el
protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor
incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y
decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así
reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
No damos un paso en nuestra vida espiritual
porque no hemos encontrado el tesoro entre los bienes que ya poseemos. Sin este
descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica,
será pura programación y por lo tanto inútil. Nada vamos a conseguir si
previamente no descubrimos el tesoro. Nuestra principal tarea será tomar
conciencia de lo que somos. Si lo descubrimos, prácticamente está todo hecho.
La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de
descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía
ninguna de éxito.
El tesoro es el mismo
Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que
son todas las demás criaturas. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de
todos los valores. El Reino, que es Dios, está en mí. Esa presencia es el valor
supremo. En cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías
esclavizantes. El tesoro, la perla no representan grandes valores sino una
realidad que está más allá de toda valoración. El que encuentra la perla
preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino
que potencia el valor de todo lo bueno. Presentar a Dios como contrario a otros
valores, es la manera de hacerle ídolo.
Vivimos en una
sociedad que funciona a base de engaños. Si fuésemos capaces de llamar a las
cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos
dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos
dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿cuántos seguirían creyendo? Si
de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de que ni el dinero ni la
salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los valores supremos, nuestra
sociedad quedaría paralizada. Solo lo que me hace más humano, y en la medida en
que me haga más humano, será positivo.
Tener la
referencia del valor supremo, me permite valorar en su justa medida todo lo
demás. No se trata de despreciar lo demás, sino de tener claro lo que vale de
veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos
ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de las religiones ponernos
en el brete de tener que elegir entre el bien y el mal. Radicalmente
equivocado. Lo que hay que tener muy claro es cuales son las prioridades,
dentro de los valores, y qué valores son en realidad falsos.
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