Jesús es el Hijo, el predilecto, el hombre lleno del Espíritu. Es el
final del mensaje de estas fiestas de Navidad, el resumen de lo que hemos
celebrado estos días.
Jesús, obra del Espíritu.
Creemos en ese hombre,
creemos que en Él se muestra el Espíritu, que sus acciones y sus palabras son
acciones y palabras del Espíritu. Creer en él es nuestro desafío, lo que
nos constituye en seguidores suyos, lo que nos define como cristianos.
Al relato del Bautismo en las aguas del Jordán. nos acercamos siempre con demasiados prejuicios:
El primero, olvidarnos de que Jesús era completamente humano y necesitó ir
aclarando sus ideas. En segundo lugar el concepto de pecado y conversión, que
no tiene nada que ver con lo que se entendía entones. Entendemos la conversión
como un salir de una situación de pecado. Lo que se narra es una auténtica
conversión de Jesús, lo cual no tiene que suponer una situación previa de pecado,
sino una toma de conciencia de lo que significa para un ser humano alcanzar la
plenitud de una meta aún no conseguida.
Dios llega
siempre desde dentro, no desde fuera. Nuestro mensaje "cristiano" de
verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con lo que vivió y predicó
Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a
tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de esa experiencia de
Dios, Jesús ve con toda claridad que esa es la meta de todo ser humano y puede
decir a Nicodemo: "hay que nacer de nuevo". Porque él ya había nacido
del agua y del Espíritu.
El bautismo de
Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no da ninguna
importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Jesús por
medio del Espíritu. Mateo dice expresamente: "apenas se
bautizó, Jesús salió del agua...". Marcos dice casi lo mismo: "apenas
salió del agua..." Lucas dice: "y mientras oraba...". La
experiencia tiene lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los
evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar lo que es
Jesús.
Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la
plenitud humana, marcándonos el camino de nuestra plenitud. Pero tenemos que
ser muy conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del Espíritu,
podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús
desde fuera, como si se tratara de un líder, sino entrando como él en la
dinámica de la vivencia interior.
La presencia
de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de específicamente
humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica. Dios está en todas
las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero solo el hombre puede
tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esto es su meta y el objetivo
último de su existencia.
En Jesús, la
toma de conciencia de lo que es Dios en él, fue un proceso que no terminó
nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque
decisivo, en esa toma de conciencia.
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