Domingo 29 del Tiempo Ordinario Mc 10, 35-45
“El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.Angel Moreno de Buenafuente
¡Extrañas paradojas las que hoy nos propone la Palabra! De natural no nos nace servir para ser importante, más bien creemos que se nos debe servir, tener en cuenta y que se nos agasaje, por creernos importantes.
La contemplación de la vida de Cristo no se debe quedar en admirar lo que Él hizo por nosotros. Su modo de actuar es revelador de plenitud, y quien fascinado por el ejemplo de Jesús entrega su vida, la gana.
La mirada al momento en el que acontece la Redención del mundo, cuando Jesús hace el gesto supremo de su entrega en manos de su Padre y derrama su Espíritu, se convierte en trono de gracia, por ser el mayor gesto de amor.
En este tiempo recio, según nos recordaba la fiesta de Santa Teresa la semana pasada, es la hora de los que se fían de Dios y son capaces de entregar sus vidas por los demás, con el trabajado de sus manos, con la ayuda de sus bienes, y su modo de actuar humilde y servicial.
Nos sobra prepotencia, vanidad, violencia, afán de poder y de prestigio, ganas de poseer y de dominar. El mensaje de la liturgia de la Palabra nos deja una clave providente, y los que se fían de Dios saben que es verdad: “Lo que Dios quiere prospera de su mano”. Es otro de los secretos del Evangelio; no solo el de arriesgar la vida por servicio a los demás y quedar en ello remecidos de alegría, sino que si nosotros nos ocupamos de las cosas de Dios y de prolongar su acción compasiva, Él se encarga de las nuestras. ¡Tengamos la sagacidad del Evangelio!
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