Madre de Guadalupe

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viernes, 1 de junio de 2012

Historia de las Apariciones 2da Entrega


Apenas llegó (Juan Diego), trató de verle (al señor Obispo); rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado a decir el señor obispo que entrara. Luego que entró, se inclinó y arrodilló delante de él; enseguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: 
-         “Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido “.
Él salió y se vino muy triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje. 
SEGUNDA APARICIÓN
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.Al verla se postró delante de ella y le dijo: 
-         “Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero cuando me respondió me pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: “Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré desde el principio el deseo y la voluntad con que has venido.....” Comprendí perfectamente en la manera como me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía”. 
Le respondió la Santísima Virgen:
-“Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes  y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”. 
Respondió Juan Diego: 
-“Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado.    -         Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto”. 
Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida el prelado. Casi a las diez, se presentó después de que oyó la misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de eregirle su templo donde manifestó que lo quería. 
El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, donde la vio y cómo era; y  él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima, Madre del Salvador, Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su platica y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además era muy necesaria una señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. 
Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo:
-         “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió. Mando inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba: Así se hizo.